6 de marzo de 2011

ROMPERRAGAS - El pepino que se concibió entre vacas y ovejas

En el mundo de los carniceros o eres vacuno o eres ovino. Los primeros se enorgullecen de abastecer la preciada carne de vaca y a los segundos se les infla el pecho al recordar que brindan alternativas más selectas, como el cordero y el chancho.

Ambos grupos conforman una gran familia; sin embargo, por décadas fueron como el agua y el aceite. Como los Montesco y Capuleto de la tragedia Shakespeareana, a los hijos de los vacunos se les prohibía enamorar con los retoños de los ovinos y viceversa. Este extremo comenzó a cambiar gracias a la magia del Carnaval paceño y de la mano de uno de sus personajes más entrañables, el pepino.

Róger Aranda Pacosillo (24) narra esta historia con pasión. Pertenece a una familia de vacunos cuya tradición pesó más en él que sus ansias por ser auditor. Tiene su frial en la avenida Landaeta, donde trabaja junto a su esposa, Rocío Contreras, en cuyas venas corre la sangre de los ovinos. Esta pareja engrosa la comparsa ‘Juventud Romperragas de Challapampa’, la agrupación más antigua de pepinos en la tradicional entrada carnavalera paceña.

Aranda recuerda que la comparsa Romperragas fue creada por un grupo de jóvenes carniceros en 1956. Entre los fundadores estaban Ricardo Chipana, Hilario Poma y Manuel Acarapi, quienes se cuestionaron el hecho de que los vacunos no contarán con presencia propia en la entrada del Carnaval, a diferencia de los matarifes ovinos que eran reconocidos entonces por su bloque de ch’utas.

“Escogieron entrar como pepinos, para hacerle frente a los ch’utas de los ovinos. Pero para destacarse, recurrieron a un mascarero reconocido para que les elabore la careta”, explica Aranda. Ese mascarero era Antonio Viscarra Morales, quien introdujo la tradición de las caretas de yeso con tres cuernos elaborados con cuero.

Hasta entonces, los grupos de pepinos utilizaban caretas artesanales hechas de cartón. Viscarra tomó como molde una mascarilla utilizada en las carnestolendas venecianas. Con los años fue perfeccionando el diseño que aún hoy es copiado por los artesanos. Uno de ellos es Carlos Fuentes (yerno de Viscarra), quien mantiene la tradición “Antes se usaba el fuste del sombrero, tela de piel de lobo y conos de cuero de oveja bien curtido”, explica.

Hasta dos semanas puede llegar a tomar la elaboración de la careta que tiene como particularidad el movimiento del labio inferior y de pestañas.

Esta pieza marcó un hito en la entrada de Carnaval de 1956, año en que la comparsa de los carniceros logró su primer galardón por parte de la municipalidad. Guitarras, charangos, mandolinas, quenas, panderetas, concertinas y un bandoneón acompañaron el paso del dicharachero grupo. Disfrazados de “califas de Bagdad”, los integrantes de la Estudiantina Tihuanacu —conformada por trabajadores de la fábrica Soligno y Forno— le dieron el toque musical a dicha participación.

“Este acontecimiento se publicó en las primeras planas de la prensa y significó un orgullo para los carniceros ya que en años posteriores la mascarada de los pepinos de colores multicolores se impuso en las entradas folklóricas de Carnaval”, describe Alejandro Chipana Yahuita, hijo de uno de los fundadores de la comparsa paceña.

Durante los primeros años, los danzarines, que se congregaban en la Estación Central, ingresaban con los colores de los equipos más representativos de los paceños: el Bolívar y el The Strongest. “Para que sea equitativo en número de participantes, todos se sorteaban los colores del equipo que utilizarían. Así, si le tocaba, el atigrado tenía que vestir el celeste y blanco. No podía negarse”, señala Róger Aranda.

Con todo, los conflictos internos en el gremio de los carniceros provocó que los Romperragas (romperisas) desaparecieran del Carnaval en dos ocasiones, poniendo en riesgo la tradición de los matarifes.

Símbolo de la Revolución

El pepino, figura principal del Carnaval paceño, tiene sus orígenes en el pierrot europeo, figura adoptada para las carnestolendas por las familias más acaudaladas. Una fotografía tomada en 1908, sin embargo, revela que ya para esa época las comparsas contaban con la presencia del pepino. Este personaje “nació con las nuevas condiciones de la modernidad, que habían dejado atrás los demonios coloniales.

La ambigüedad del pepino —entre un ser bueno y malo— de origen europeo y periférico correspondía a las reiteradas situaciones de colonización, en tiempos del imperio español y en los del siglo XIX, en los que los actores sometidos que han perdido sus propias expresiones deben adaptarse a las nuevas situaciones. Así, para escapar a la exclusión, tienen la oportunidad irrepetible de la fiesta, abierta a la transgresión”, escribe la historiadora Beatriz Rossells en Carnaval paceño y jisk’a anata.


Es así que tras la Revolución de 1952, el nuevo personaje se había consolidado como un símbolo del nuevo tiempo social y político. Así lo refleja el artículo Pepinos contra Pierrots (1953), firmado por José Fellman, alto dirigente del MNR. “Ya no se puede salir a la calle. La ‘chusma’ está alzada y lo ha invadido todo.

Evidentemente este Carnaval ha sido, después de muchos años, un Carnaval de la ‘chusma’ como llaman al pueblo las gentes de la oligarquía”, escribió entonces, refiriéndose a la toma por parte de grupos de pepinos de las calles paceñas. Según narra el libro de Ro-seells, en el primer Carnaval al que asistió Víctor Paz Estenssoro como presidente —en febrero de 1953— desfiló ‘El gran pepino’, apostado en su trono y bellamente decorado con flores naturales y acompañado de un séquito de 10.000 pepinos. “Cuando se abrieron las compuertas de la alegría, cientos, miles de ‘pepinos’ se volcaron sobre la ciudad.

Pepinos y pepinas pasaban constantemente volteando los sobreros de las mujeres, dando abanicazos a los chicos, lanzando mixtura y recibiendo agua con sin igual resignación y danzando interminable y fogosamente por toda la ciudad”, se lee en la crónica de El Diario.

Según Rossells, fue entre 1900 y 1930 que se produjo la transformación completa del pierrot en el pepino paceño, gracias a la apropiación popular que correspondió en gran medida a la migración de campesinos a la ciudad de La Paz. “Estos carnavales quién inventaría, el pepino alegre de la sastrería”, se cantaba entonces. Pronto se formó la personalidad del pepino: libre y sin ataduras. “Su paso sacude el alma de mujeres y jóvenes que muy en el fondo de sí esperan ser acariciadas por su voz persuasiva y sus ágiles brazos, sin haber visto la faz auténtica del hombre. Poseer sin identificarse, parece entonces su mayor habilidad”, escribió Guillermo Monje.

Entonces no es casual que los matarifes —reconocidos desde siempre por impulsar expresiones folklóricas, impulsaron la Diablada en Oruro e instituyeron en La Paz la danza del inca— decidieran en los año 50 adoptar al personaje del pepino como símbolo de su comparsa carnavalera.

En 1996 esta agrupación fue refundada, después de años de ausencia en la entrada. Los protagonistas fueron cinco hijos de carniceros, quienes introdujeron cambios en el grupo. Tradicionalmente una comparsa dominada por los varones, entonces se abrió paso a la participación femenina. Ellas ingresan en las entradas con sus elegantes trajes de chola. Todos los cambios, sin embargo, tuvieron en primera instancia que ser aprobados por los matarifes más antiguos, los fundadores originales de los Romperragas. También en los años 90 se adoptó los colores del Club Deportivo Lanza, equipo de fútbol de los carniceros.

Así, cada Carnaval se puede ver a centenares de personas luciendo los trajes de pepinos donde destacan los colores rojo, blanco y azul. Rosmery Quisberth, de 25 años, es la encargada de crear los trajes. La propietaria de Bordados ‘El Águila’ —también integrante de la comparsa— tiene el reto de innovar el diseño de la vestimenta. “Los trajes de los Romperragas son exclusivos y no se ve en la entrada ropa similar. Antes se usaba tela piel de lobo y ahora es la piel de sirena, más elegante. Destacan los también encajes bordados”, comenta.

Y claro, no puede faltar la imagen de un toro que se luce en la parte delantera del traje, que este año costó 340 bolivianos.
Lo más importante para Róger Aranda, sin embargo, es que ahora vacunos y ovinos han saldado sus diferencias. Codo a codo, los integrantes de ambos grupos de carniceros bailan en la entrada carnavalera. “Antes (en los años 50), nuestros abuelos sólo dejaban bailar a los carniceros y a sus familiares más cercanos. Ahora no se discrimina: ovinos, vacunos y gente particular bailan juntos. Incluso se ha incluido en mi gestión (de pasante 2010) a los ch’utas, que son los adultos carniceros, para bailar con los jóvenes”, asegura el matarife.

Vacunos y ovinos, antes divididos por celos comerciales, hoy comparten tradiciones. El domingo de Carnaval se congregan en la zona donde nació la comparsa hace 55 años, Challapampa. Reunidos en la calle Constitución, dan vida al rito de bienvenida de los nuevos integrantes, bailando y golpeando con sus atrevidos chorizos (objeto hecho de trapo o cartón) a las mujeres; ovinas y vacunas, por igual.





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