9 de febrero de 2015

Bailan en carnaval de casa en casa y de domingo a domingo

En muchas poblaciones del sur del país, particularmente las que rodean a Tupiza, entre ellas San Miguel, perdura la costumbre carnavalera de bailar de casa en casa y de domingo a domingo al ritmo de anatas, bombo y tambor, en la pandilla; y al son de la orquesta compuesta por acordeón, saxofón, batería y güira, además, de las voces de un grupo de cantoras, en la comparsa “Los Quebradeños”.
Mientras en la mayoría del país el Carnaval termina el martes de ch’alla y la celebración se limita al espectáculo, en la comunidad de San Miguel, distante a unos 15 kilómetros hacia el norte de Tupiza, en la ruta hacia Atocha, la festividad se prolonga hasta el Domingo de Tentación y todos los pobladores y visitantes, sin distinción de edad, participan activamente de la fiesta.
Tras asistir el sábado de Carnaval a la Entrada Autóctona en Tupiza, la celebración en San Miguel comienza el domingo, cerca de las 15:30, en la quebrada de Angosto, ubicado en la parte norte, donde los presidentes de la fiesta y parte de la población participa de una ceremonia de ch’alla en el mojón.
“A eso de las 13:00, se hace reventar una dinamita para anunciar a los integrantes de la comparsa y a los vocales que deben reunirse en la casa de los presidentes; luego, a las 15:00, una nueva dinamita para comunicar a toda la población el traslado al mojón, donde se realiza la q’oa y la ch’alla con coca, chicha y vino; además se adorna con mixtura, serpentina, confites, choclos y flores para pedir a la Pachamana que nos vaya bien en toda la semana”, cuenta Maribel Lamas, una de las presidentas del Carnaval de San Miguel 2015.
Seguidamente, los asistentes bailan junto al mojón al ritmo de las anatas y la orquesta, además se estrenan las canciones compuestas por los presidentes en homenaje al pueblo y que a partir de ese momento se convierten en los temas “de moda”, junto a las que suenan habitualmente en cualquier parte del país.
“Al caer la tarde, toda la gente se traslada a la primera casa, que siempre es la de don Oscar Ortega, quien nos espera con un virque (recipiente de barro) de chicha y un bidón de cóctel para la orquesta, además un cántaro de chicha y una damajuana de vino para la comparsa, la cual se distribuye entre todos los visitantes”, señala Lamas.
Una vez terminadas las bebidas alcohólicas, toda la gente abandona el hogar, mientras el grupo de cantoras agradece a los dueños de casa con una canción, y se trasladan a la siguiente casa, distante a escasos metros, a donde llegan cantando otra canción a los propietarios, pidiéndoles que les reciban y en gesto de agradecimiento los presidentes les colocan al cuello serpentina y mixtura en el cabello.
Siguiendo la misma rutina, diariamente, entre las 14:00 y las 2:00, los bailarines visitan entre seis y siete casas, de manera que durante la semana puedan completar más de medio centenar de viviendas que habitualmente abren sus puertas para la ocasión. Primero recorren la ladera oeste, luego el lado este, ya que el pueblo está dividido por un río y poblado de frondosos sauces, molles y churquis.
Los bailarines recorren de casa en casa por un camino de tierra, en algunos casos por senderos y el río sorteando una serie de obstáculos, ya que una parte del poblado no cuenta con carretera ni alumbrado público, hecho que no es un problema, al contrario, se convierte en algo diferente y divertido.
En cada casa, la orquesta interpreta una serie de canciones que van desde huayños hasta cumbias, por cerca de unos tres cuartos de hora; luego, el grupo de anateros toca tonadas propias del pueblo, mientras las parejas tomadas del brazo bailan en su entorno. La primera pareja siempre lleva la bandera.
El miércoles de ceniza, los pobladores tienen la costumbre de celebrar el “pujllay” (juego) que consiste en disfrazar a un hombre de mujer, quien montado a caballo o burro y cargado de “su wawa” (una muñeca); junto a "su marido", una mujer disfrazada de hombre, desde temprano recorre todas las casas donde recibe de los vecinos choclo y verduras, los cuales se preparan el Domingo de Tentación para compartir entre toda la gente.
De domingo a miércoles, la mayoría de los bailarines visten un traje de fiesta que consiste, en el caso de las mujeres, en una pollera y una blusa, cuyos colores varían cada año, además de abarcas, sombrero tupiceño y dos bolsas bordadas donde llevan mixtura, serpentina y coca. En el caso de los hombres, visten habitualmente pantalón oscuro y camisa blanca, además, chaleco y abarcas.
A partir del jueves hasta el domingo, la gente asiste a la fiesta con ropa casual y baila casi sin pausa. El sábado, en la mitad de la fiesta, se acostumbra elegir a los presidentes, vocales y padrinos que se harán cargo de la organización del próximo Carnaval.
La fiesta del Carnaval termina el Domingo de Tentación con un ajtapi que consiste en una parrillada con carne de cabra, típico del lugar, en la que participan tanto bailarines como visitantes, además comparten la tradicional chicha de maíz y cócteles elaborados a base de frutas.
La misma costumbre se repite en la mayoría de los pueblos que están en los alrededores de Tupiza, particularmente, en aquellos asentados sobre el río que lleva el mismo nombre.
“Invitamos a todos los bolivianos a que participen de nuestro Carnaval, serán bien recibidos”, manifiesta Lamas, quien junto a sus ocho hermanos apresura la organización de la fiesta de este año.


REENCUENTRO CON LA FAMILIA
Para esta ocasión centenares de personas, entre ellos, hijos, nietos y bisnietos de las familias de San Miguel llegan desde diferentes partes del país y también residentes en otros países.
“San Miguel, desde todo punto de vista, es un pueblito encantado donde aún se mantienen vivas sus costumbres y tradiciones”, señala a través de la red social Facebook Janeth Cala, residente en Cochabamba, pero que casi todos los años, junto a sus papás y a sus dos hermanos, visita a sus abuelos y se divierte en el Carnaval.
Por la cercanía con la república Argentina, a lo largo de las últimas décadas, muchos pobladores migraron a ese país en busca de un mejor futuro y, en muchos casos, terminaron asentándose definitivamente.
“El carnaval de San Miguel es un encuentro con viejos amigos, ver a la familia, disfrutar de ese lugar de donde salimos, donde están los bellos recuerdos”, señala a través de Facebook, Claudia Graciela Chávez, residente en Salta hace más de dos décadas.
Los habitantes que suman cerca de 300, viven del cultivo del maíz y hortalizas, además de la crianza de cabras, ovejas y vacas, cuyos productos se comercializan en las ferias de Tupiza.
“Aunque estemos lejos siempre recordaremos a San Miguel, un sitio muy bonito y encantador donde se puede degustar el choclo, las humintas, el queso, el pelado de maíz y la chicha”, dice a través de whatsapp Marcelo Chávez, residente en España.
CÓMO LLEGAR
Para llegar a San Miguel se debe tomar de la terminal de Tupiza los buses que van a Atocha, cuyo horario de salida es regularmente a las 10:00, caso contrario el bus que presta el servicio a las comunidades vecinas, el cual parte a las 14:00 del Mercado La Paz, o tomando un taxi.


CANCIÓN DE LLEGADA
Estoy llegando a tu casa nuevamente Quebradeña, trayendo buenos recuerdos alegres en los carnavales.
Cantaremos, bailaremos Quebradeña así cantando nos iremos prenda mía,
así seremos felices alegres en los carnavales.


CANCIÓN DE DESPEDIDA
Señora dueña de casa ya nos vamos hasta el año como hoy día. Le damos las muchas gracias por el cariño que ha brindado por la molestia ocasionada.
Sanmigueleña querida yo a ti te quiero, salí conmigo y vámonos derramando serpentinas y alegrando los corazones mujer hermosa, flor de clavel.


MIRADA HISTÓRICA
Para el historiador Joaquín Loayza, esta costumbre de visitar las casas, arraigada en décadas pasadas, en comunidades de Vallegrande (Santa Cruz), Sucre (Chuquisaca) y Tupiza (Potosí), es una de las pocas que se conserva en el país, tras la prohibición del Carnaval, en la década de los 70 del siglo pasado, por el presidente Hugo Bánzer.
“Hasta finales de la década de los 70 y principios de los 80, las comparsas tenían que tener un local, una casa que generalmente la daban las madrinas, porque las comparsas tenían madrinas y en ese local se quedaban las mujeres, y los jóvenes durante el domingo, lunes y martes salían a bailar a las calles, pero sobre todo iban a visitar las casas de las otras comparsas donde les daban sándwich de palta, algunas veces saice, cócteles y leche de tigre”, recordó Loayza, al referirse al caso del carnaval sucrense.
El Carnaval de Antaño, que justamente suponía una visita de los carnavaleros a las casas de sus madrinas, en esta gestión se adelantó una semana; mientras las otras actividades se mantienen, como la entrada el domingo del Carnaval Grande de Sucre, con la participación de las confraternidades, pandillas del área rural, los tradicionales carros alegóricos, la fiesta callejera de las comparsas los días lunes y martes, el miércoles del Tejar, jueves de Surapata y el carnaval militar el día sábado, que cierra el festejo carnavalero.

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